Regocijándose por el juicio
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Edição actual tal como 17h33min de 18 de outubro de 2024
Por Sam Allberry Sobre Santificação e Crescimento
Tradução por Juan Flavio De Sousa De Freitas
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Por qué la ira de Dios es una buena noticia
Hace un par de años, un amigo y yo estábamos disfrutando de las vistas desde el bar en la azotea de un hotel del centro cuando nos dimos cuenta de que había una función en desarrollo a nuestro alrededor. Queríamos comer algo gratis, así que nos quedamos y empezamos a mezclarnos. Pero al cabo de un par de minutos, alguien se levantó para dirigirse a los presentes, y enseguida descubrimos que se trataba de un acto de un grupo activista concreto, con cuya causa ambos nos sentíamos profundamente incómodos, así que nos escabullimos discretamente.
Muchas personas pueden sentir algo parecido al leer ciertos pasajes de las Escrituras. En el Salmo 98, por ejemplo, nos encontramos en medio de una celebración: hay mucha música y energía (versículos 4-6); toda la creación parece unirse (versículos 7-8). Pero pronto se hace evidente la causa de toda la fiesta: «[Dios] vino a juzgar la tierra» (versículo 9). Ahí es donde puede empezar la incomodidad.
La sorpresa no es sólo que la Biblia hable de que un día Dios juzgará al mundo, sino que el hecho de que lo haga es algo que hay que celebrar. Pablo relaciona el juicio venidero con el evangelio que predica: «...en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio» (Romanos 2:16). El juicio de Dios forma parte de las buenas nuevas.
La Biblia nos da al menos cinco razones de por qué debemos hacerlo.
1. El juicio de Dios es necesario.
Hoy en día, muchos asumen que las personas, en el fondo, son fundamentalmente buenas, y que las cosas malas solamente ocurren realmente a causa de la pobreza, la falta de educación, la mala crianza, la falta de privilegios y cosas por el estilo. Lo que necesitamos es progreso, no juicio. Juzgar está pasado de moda. Somos lo bastante sofisticados para saber lo que está bien y lo que está mal.
Miroslav Volf, profesor de teología en la Yale Divinity School, creció en Croacia y vivió el derramamiento de sangre en esa parte del mundo en la década de 1990. En su libro Exclusion and Embrace, sostiene que una de las razones por las que tantos occidentales no creen en el juicio es que sus vidas suelen ser demasiado protegidas, demasiado suburbanas, demasiado tranquilas (300). Para quienes han vivido un genocidio, la idea del juicio puede ser muy reconfortante. El hecho es que muchas cosas en este mundo no son sólo desafortunadas, sino verdaderamente malvadas. Somos ingenuos si pensamos lo contrario. La verdad del juicio de Dios nos muestra que todo mal será reparado. Ningún mal prevalecerá en última instancia. Nadie escapará a la justicia.
2. El juicio de Dios es justo
Muchas personas que no creen en el juicio de Dios sí creen en el juicio en sí, y en que depende de nosotros aplicarlo. Nuestras redes sociales se llenan de comentarios que denuncian la injusticia; a menudo, el comentarista también parece estar seguro de lo que hay que hacer. El derramamiento de sangre estalla en Oriente Medio, y personas que hace unos momentos ni siquiera habían oído hablar de los lugares en agitación no tienen ninguna duda aparente sobre quién tiene la culpa y cómo solucionarlo.
La Biblia habla de una forma de juicio que tiene lugar en esta vida. Pablo nos muestra que el Estado lleva la espada de la justicia como instrumento de la ira de Dios y expresión de su juicio (Romanos 13:1-4). Pero esa justicia es incompleta y próxima en el mejor de los casos. Incluso los que tenemos la suerte de vivir en países con sistemas de justicia sanos sabemos que son imperfectos. Por eso Pablo habla también del «día de la ira [de Dios]», cuando se hará plena justicia (Romanos 2:5). Si no creemos en ese juicio futuro, nuestra única esperanza de justicia tiende a ser la justicia política en esta vida. Sin Dios, esas medidas son todo lo que nos queda.
Pero deberíamos dudar mucho de pensar que sabemos cómo arreglar los problemas del mundo. El lenguaje de Pablo en torno al futuro juicio a través de Jesús nos muestra por qué: él juzgará «los secretos de los hombres» (Romanos 2:16). Sin esa capacidad, nunca tendremos una justicia plena. Podemos ocultarnos cosas unos a otros, incluso a nuestros seres más queridos, pero no podemos ocultarle nada a Jesús. Él ve los secretos de nuestros corazones. Conoce todas nuestras motivaciones, todas nuestras circunstancias. Su juicio ―y sólo su juicio― será justo.
3. El juicio de Dios muestra que importamos
Es común pensar que, si Dios nos ama, no nos juzgará; y si nos juzga, no nos ama. Pero lo contrario del amor no es el juicio, sino la indiferencia.
Cuando estaba en la universidad, un amigo y yo empezamos a sospechar que un profesor en particular no leía realmente nuestros trabajos. A menudo los dejaba sin calificar, con comentarios vagos y sin pruebas de que hubiera pasado físicamente las páginas. Así que hicimos un experimento. Cada uno de nosotros escribió una frase totalmente aleatoria y escandalosa en medio de nuestros trabajos para ver si la descubría y la comentaba. Nunca lo hizo. Fue un duro golpe.
Había algunos trabajos en los que había trabajado mucho, sobre temas que me interesaban mucho y en los que quería asegurarme de que los entendía bien. Sin embargo, nunca se había molestado en leerlos. Eso me decía que yo no le importaba, o al menos que esa parte de mi educación no le importaba. No calificar y evaluar el trabajo de alguien es señal de que no te importa.
Por eso, que Dios nos juzgue es señal de que realmente le importamos. No le somos indiferentes. Le importa cómo vivimos y lo que hacemos. Su juicio es un cumplido: nuestras vidas son realmente importantes.
4. El juicio de Dios nos hace menos violentos
Si Dios juzga, podríamos pensar que eso nos da una licencia personal para hacerlo también. Pero las Escrituras nos muestran exactamente lo contrario: como Dios traerá el juicio final y perfecto al final de los tiempos, puedo confiar en Él y no tratar de promulgar mi propia forma de justicia ahora. Si no hay juicio en el futuro, lo único que me queda es lo que me ocurra en esta vida. Las injusticias tendrán que ser vengadas aquí y ahora.
Pablo escribe: «Nunca os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor» (Romanos 12:19). Pablo no necesitaría escribir esto si la tendencia a la venganza no fuera tan prevalente en el corazón humano. Sus palabras son rotundas: «Nunca os venguéis». No se trata de una recomendación o de una regla empírica que se aplica la mayoría de las veces. Es un mandato categórico. Por grave que sea el agravio, nunca debemos buscar la venganza personal.
Pablo nos muestra por qué. Es significativo que aquí se dirija a sus lectores como «amados, un término que no suele utilizar en esta carta. Nos está recordando el amor inmerecido que hemos recibido de Dios. No hemos recibido de Él lo que realmente merecemos; éramos sus enemigos, pero nos ha prodigado su amor. Así pues, como destinatarios de ese amor inmerecido, ¿cómo podemos negárselo a alguien más?
Pero no es solamente el amor que Dios nos ha mostrado, sino también su juicio venidero, lo que nos impide vengarnos en el presente. Debemos «dejarlo a la ira de Dios». Él es quien paga. Él castiga el pecado y trae el juicio. Él ve toda la situación; nosotros no. Él es perfectamente justo; nosotros no. Él no es vengativo; nosotros sí. Podemos confiar en que pagará, y lo hará. Y porque lo hará, puedo contener mi propio deseo de venganza.
5. Jesús nos libra del juicio
Tal vez la mayor conexión entre las buenas nuevas del Evangelio y el juicio de Dios sea la siguiente: en Cristo, no tenemos por qué temerlo. Como escribe Pablo a los creyentes de Tesalónica:
…Os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera (1 Tesalonicenses 1:9-10).
En efecto, Dios juzgará al mundo. La historia no carecerá de una resolución moral. Vendrá la justicia perfecta. Pero los que están en Cristo no tienen por qué temerla. La ira que merecen nuestros propios pecados ya ha caído sobre Jesús. Hemos sido justificados por la fe en él. Así que, junto con toda la creación en el Salmo 98, podremos celebrar cuando ese juicio finalmente llegue.